Categorías:
Tribuna publicada en EL ESPAÑOL
Por: Ainhoa Marcos, Education Country Manager Spain de ODILO
La digitalización en la educación, especialmente a través del uso de pantallas en las aulas, ha suscitado un amplio debate como una herramienta con multitud de seguidores y detractores, especialmente tras los últimos resultados de las pruebas de PISA de 2022 publicados por la OCDE el pasado diciembre. Como en casi cualquier sector de la sociedad, esto ha generado un debate cada vez más polarizado y que poco a poco se aleja de lo que debería ser la clave en este asunto: adoptar un enfoque equilibrado que permita maximizar los beneficios de las herramientas tecnológicas en el aula, siempre entendida como un medio y no como un fin y la correcta formación de todos los actores, desde padres y docentes, hasta por supuesto el alumnado para sacar el máximo provecho de las mismas.
Al explorar los datos como los presentados en el informe PISA es importante contextualizarlos, ya que por ejemplo este informe nos revela que el 33% de los estudiantes españoles que utiliza pantalla se distrae en clase en una materia como matemáticas. Una lectura de los datos que, sin contexto, podría ratificar los prejuicios sobre los inconvenientes de la inclusión de la digitalización de las aulas; aunque la realidad es totalmente diferente.
La distracción no se genera de forma directa por el uso de las pantallas, sino por cómo se emplean. La propia OCDE en sus informes nos habla de impactos tanto positivos como negativos en el rendimiento y bienestar de los estudiantes por el uso de las pantallas y establece una relación positiva entre la integración intencional de la tecnología en la educación y el rendimiento estudiantil. Pero dispositivos de ocio como los teléfonos inteligentes pueden ser distractivos y tener consecuencias negativas. Por lo tanto, es importante que no perdamos de vista ese carácter intencional del uso de las pantallas en el aula. En definitiva, el carácter distractor del dispositivo viene dado por el uso del dispositivo para el ocio en momentos de aprendizaje y no por el dispositivo en sí. Nada nuevo a lo que ha ocurrido históricamente.
¿Quién no ha jugado a los barquitos o a las tres en raya en clase? Generaciones anteriores encontraron formas de distracción en clase, jugando en un papel o intercambiando notas. La verdadera evolución radica en el soporte utilizado para estas distracciones, no en la distracción en sí misma. Aunque todos somos conscientes del abanico de posibilidades distractoras que supone un móvil hoy en día.
Es por ello que creo que el debate en torno al uso de las pantallas en la educación debería desplazarse hacia una perspectiva formativa sobre un uso equilibrado de las pantallas, y su acercamiento a como lo que son; herramientas de trabajo y aprendizaje para todos, porque indudablemente la educación no puede alejarse del mundo tecnológico en el que vivimos, sino que debe ofrecer oportunidades de aprender con y sobre tecnología.
La integración de la tecnología en las aulas ha sido objeto de debate en numerosas ocasiones. Recordemos cuando, en 1986, algunos profesores protestaron contra el uso de calculadoras en las clases de matemáticas y la prensa publicaba manifestaciones en contra del empleo de esa tecnología. Hoy en día, observamos una situación similar con la utilización de dispositivos en el aula o el uso de la inteligencia artificial en la educación. Algunos padres, detractores de la tecnología y educadores expresan preocupaciones sobre cómo los dispositivos digitales afectan a la educación. Una vez más, necesitamos diferenciar entre el propósito de los dispositivos como herramienta para el aprendizaje y el uso de dispositivos para el aprendizaje y el teléfono móvil del estudiante para el ocio.
Sin embargo, es fundamental considerar los numerosos beneficios que la tecnología aporta al proceso de enseñanza-aprendizaje antes de tomar decisiones apresuradas, porque lo cierto es que la digitalización de la educación supone un nuevo paradigma para el que debemos estar bien preparados. No hay otro camino, por lo que debemos elegir tomarlo con todas las garantías que nos permitan construir un mundo mejor.
Son muchos los impactos positivos de la tecnología en el aula. En primer lugar, permite un acceso instantáneo a una infinidad de contenidos y amplios recursos educativos, los estudiantes pueden explorar conceptos de manera más interactiva y participativa, lo que promueve un aprendizaje más profundo y significativo. Las herramientas digitales también facilitan la adaptación del contenido a diferentes estilos de aprendizaje, brindando a cada estudiante la oportunidad de comprender y aplicar los conceptos de manera efectiva y permite la personalización del aprendizaje. Además, consigue la mejor preparación de los estudiantes para un mundo ya digitalizado en constante evolución. La realidad actual demanda habilidades tecnológicas, y el uso de pantallas en la educación proporciona a los estudiantes la oportunidad de familiarizarse con las herramientas digitales desde una edad temprana. Esto no solo los hace más competentes en el entorno laboral futuro, sino que también fomenta el pensamiento crítico y la resolución de problemas en un contexto tecnológico.
En la era digital actual, donde los estudiantes consumen contenido en su tiempo de ocio a través de diversas plataformas, surge la pregunta de por qué no trasladar esta experiencia al mundo educativo en lugar de prohibirla. La tecnología puede ofrecer una variedad de recursos educativos de alta calidad que pueden enriquecer la experiencia de aprendizaje. Podcasts educativos, videos, simulaciones interactivas y libros, audiolibros son solo algunos ejemplos de cómo se puede integrar el consumo de contenido de calidad en el entorno educativo. Estos recursos multiformato no solo sirven como complemento a la enseñanza tradicional, sino que también proporcionan nuevas perspectivas y enfoques innovadores para abordar los conceptos y ofrecer un aprendizaje más significativo, más motivador y más cercano a la manera de aprender de nuestros niños y jóvenes.
Al fomentar el consumo de contenido de calidad, se promueve la alfabetización mediática. Los alumnos desarrollan habilidades para evaluar la autenticidad de la información, entender los diferentes puntos de vista y utilizar críticamente diversas fuentes. Estas habilidades son esenciales en un mundo donde la información está omnipresente y la capacidad de navegar a través de ella de manera informada es clave. Sin embargo, de nada sirve si estos desafíos no se abordan desde una perspectiva crítica y proactiva. En conclusión, la integración de pantallas en la educación representa un avance muy importante en el proceso de enseñanza-aprendizaje, y no deberíamos tomarlo con ligereza. Debemos preparar a los estudiantes para un futuro digital, fomentar a través de estas herramientas la participación proactiva en el aula y diseñar un enfoque más sostenible en el ámbito educativo. La formación docente es clave en ese sentido. A los docentes y a los padres no debe asustarnos la tecnología, ni debemos prohibirla para evitar los riesgos, sino que debemos fomentar el uso responsable de la misma. El problema no son las pantallas, sino la necesidad que reclama el sistema de que tomemos parte activa en el desarrollo de su utilización. Para ello, la sociedad debe dar un paso adelante y tomar consciencia de un cambio que aún estamos a tiempo de liderar, ya que al prohibir, nos arriesgamos a perder una valiosa oportunidad de preparar a las nuevas generaciones para el mundo que les espera. La tecnología no es un enemigo, sino un aliado potencial en el proceso de aprendizaje.